1 taza de harina
1 cucharada (y cantidad necesaria para freír) de aceite Sal, a gusto
Cantidad necesaria de agua tibia
Cantidad necesaria de queso fresco

PREPARACIÓN

Ponga la harina sobre la mesa y haga un hueco en el centro.

Coloque allí el aceite y la sal. Una los ingredientes agregando de a poco el agua tibia necesaria hasta obtener un bollo tierno, que no se pegotee. Trabájela sobre la mesa hasta que esté lisa y suave. Tápela con un repasador y déjela descansar 1/2 hora.

Estire la masa por partes, dejándola bien fina, casi transparente.

Recórtela en discos de dos tamaños: unos medio centímetro más chicos que los otros.

Coloque en el centro de los discos más grandes unos trocitos del queso elegido. Pincele el borde de los discos con agua. Tape el queso con los discos más chicos y presione bien.

Levante el borde de masa excedente del disco grande (el de abajo) y dóblelo hacia adentro, sobre el borde del disco chico, presionando ambas masas (como si estuviera marcando un dobladillo...). Arme así todos los pastelitos.

Caliente suficiente aceite en una sartén.

Ponga a freír los pastelitos sin encimar... Y con el dobladillo hacia abajo.

Mientras se fríen, báñelos continuamente con el aceite, utilizando una cuchara. Pero... ¡ni se le ocurra darlos vuelta!

En cuanto los pastelitos se inflen sacando panza y los bordes de la masa se noten suavemente dorados,escúrralos... ¡ y sírvalos enseguida! Deben comerse a medida que se escurren para que no se desinflen. ¡Increíblemente ricos!